Los Dai de Dehong en 1909. Descritos en el libro "A pie por China" de Edwin Dingle. 1911.

20050204
 

¡Los Shan (llamados Dai en la actualidad), los Kachin y su abominable nuez de betel! Esa nuez que hace que la boca parezca sangrando, ensancha los labios, desnuda y tiñe de negro los dientes, y hace a las mujeres horrorosas. Esa es la característica principal del país en que estamos entrando ahora.

Los Shan aquí monopolizan todas las cosas. Los chinos no abundan en estas partes, aunque en los últimos años algunos han sido atraídos a estás tierras bajas; por lo que los Shan son un poco dejados a ellos mismos. La agradable marcha de ocho días desde Tengyueh a Bhamo, la metrópoli de la Alta Birmania, probablemente presente al viajero más variadas escenas interés que ninguna otra etapa desde el lejano Chongqing…

Los caminos pavimentados se abandonan poco después de salir de Tengyueh. Las montañas se dejan atrás. No hay necesidad ahora del constante esfuerzo físico para superar las montañas del país. Sin colinas que subir, ni piedras donde resbalarme o cortar mis pies, con los amplios valles de un magnífico país que lleva tres días después a una densa selva tropical…

Nantien es, o era un fuerte, pero el pequeño lugar no mostraba ninguna evidencia militar que hiciera pensar en ello. Está poblado principalmente por Shan. La mayoría de la gente de este pueblo interesante vive dispersa por un gran número de estados semi-independientes, algunos tributarios de Birmania, otros de China, y algunos de Siam; y todavía el hombre de la calle sabe poco de ellos. Uno no puede confundirlos, sobre todo las mujeres, con sus peculiares rasgos mongoloides, complexión pálida y su tocado característico. Los hombres por lo general, se diferencian menos, pero su turbante de algodón áspero en lugar de la gorra redonda con el bulto los distingue rápidamente de los chinos. Bajas, con buena y fuerte complexión, sus mujeres llaman particularmente la atención como una raza de personas robustas y sanas.

Los Shan son reconocidos como gentes pacíficas, pero una disputa en un pueblo en que yo tomé parte, es una de las excepciones que confirman la regla.

Los hombres discutían con las mujeres, y éstas con los hombres. Algunos chino que estaban observando les indicaban la futileza de estas disputas cotidianas, cuando unos Shan, confundiéndome con un oficial extranjero, vinieron corriendo hacia mí, explicándome el asunto. En medio de la marabunta les grite: "No entiendo, estúpidos, no entiendo." Con el ruido de la discusión, los espectadores chinos y mis propios hombres (que estaban hastiados de cada Shan del distrito) aprovechando que no les podían entender mostraban su disgusto. No s´ñe como levanté mi mano, subido a una piedra en el medio camino, y me esforcé en pacificar la chusma enfurecida. Grité seriamente, blandí mi bambú en el aire, gesticulé, golpeé a dos hombres que se acercaron a mí. Por fin se detuvieron, esperando que yo hablara. Sin saber que decir dije una tontería desde la piedra. Pronto la multitud se tranquilizó y se rió, también. Nosotros seguimos dejando atrás a los Shan de nuevo en paz con todo el mundo.

Se han encontrado Shan en muchas regiones, tan al norte como en las fronteras de Tíbet. Pero un Shan, debido a la similitud de su idioma en todas las partes de Asia, difiere del chino o el miembro de una tribu de Yün-nan, en que puede ir a cualquier lugar. Se dice que de las fuentes del Irawadi a las fronteras de territorio Siamés, y de Assam a Tonkin, una región que mide seiscientas millas de lado, e incluso en todo lo que fue el Imperio de Nan-chao, el idioma es prácticamente el mismo. Existen dialectos como en cada país del mundo, pero un Shan nacido en cualquier parte dentro de estos límites se encontrará capaz mantener una conversación en otras partes de ese país de las que nunca habrá oído hablar. Y eso más de seiscientos años después de la caída de la dinastía de Nan-chao, cuando entre muchos Shan no han tenido ninguna relación realmente política o comercial entre sí.

Yo les encontré unas personas encantadoras, pacíficas y complacientes, que tratan a los extraños con bondad y franca cordialidad. La mayor parte son Budistas. El vestido de los Shan chinos le encontré muy variado según su localización. Uno piensa en principio que son una raza excepcionalmente limpia, pero yo puedo testificar que no es así. En ciertos aspectos son más sucios que los chinos, especialmente en la preparación de su comida. Y yo me siento compelido para decir unas palabras aquí para beneficio general de futuros viajeros. ¡Nunca espere que un Shan haga trabajos duros! Él puede trabajar duro cuando quiere y le gusta, pero yo no creo que ni el malayo, sea más perezoso que él.

Como sirvientes son un fracaso. Un europeo en este distrito cuyo sirviente chino le había dejado, pensó que probaría un Shan, e invitó a un hombre a venir. "¿Ser su sirviente? Claro que quiero. Y estaría muy honrado." Y el europeo pensó que ya estaba resuelto. Le explicó que quería su desayuno a las 6:00 de la mañana, y que los deberes del sirviente serían cortar el césped para el caballo, ir al mercado comprar los comestibles, hacer tareas de la casa y volver a su casa para dormir a las 7:00 de la tarde. El Shan le dijo que a él le agradaría venir a trabajar aproximadamente a las nueve; que tenía varias hijas solteras bajo su techo y que por consiguiente no podría cortar el césped; objetó ir al mercado a la hora más calurosa del día; no podría pensar en comer la comida del extranjero; e iría a casa a comer a la 1 de la tarde para regresar allí finalmente a las 5. El llamo a otro hombre. Era bastante alegre, y le agradó. Al preguntarse lo que quería como sueldo, le contestó, "Oh, déme una rupia todos los días del mercado, y eso me bastará." Pero ese hombre nunca estaba de servicio el día del mercado.

Estaban celebrando la fiesta de Año Nuevo cuando yo llegué a Chiu-Ch'eng (Kang-gnai). Todo el mundo estaba engalanado para la fiesta. Tuvimos gran dificultad para conseguir un lugar para quedarnos. Las personas me dejaban pasar a la carrera en busca de un cuarto, tratándome con amable indiferencia, pero ninguno se ofreció a alojarme. Por fin el jefe del pueblo apareció, y con muchas expresiones amables me llevó a su casa. Una muchedumbre se había congregado en la calle, en medio de un gran alboroto algunas mujeres estaban en la ferretería del pueblo, pasándose las cacerolas a través de la ventana, empujando las mesas ruidosamente a través de la puerta, lanzando sobre el aire primitivos aparatos de cocción, así como docenas de cestos de bambú. Sacos de arroz, sillas viejas (el taburete bajo de los Shan, de unas treinta pulgadas), cajones con monedas de bronce, escobas, lanzas viejas, ollas de grasa de la carne de cerdo, barriles de vino, ropa estropeada, los zapatos de señoras ya no usados y vestidos de bebés. Los hombres y mujeres se pusieron a limpiar, y me rogaron que entrara. Las festividades del Nuevo Año se descuidaron para deleitarse observando al recién llegado. Recibí nueve invitaciones para cenar, pero cené con mi patrón y sus seis hijos.

A través de la oscuridad de la tarde pesada, un estruendo embotado revolvió el aire, con el sonido de chillonas campanillas, gongs embotados, y todos los adornos horrorosos de celebraciones Orientales. El populacho-Shan casi al unísono se acercó a verme, una tarea difícil por la oscuridad de la noche. Algunos soldados que guardaban la entrada, llegaron a golpear a algunos de los congregados… Mi amplificador del afeitado los divirtió maravillosamente…


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