El Gran Canal y la China del Agua


Para mí el Gran Canal es la esencia de China. La obra que mejor define su espíritu, y la que entronca naturalmente con las tradiciones legendarias con las que sus habitantes se identifican. Es la obra definitiva en la construcción del país, no solo en los aspectos políticos y económicos, sino en la manifestación de esa realidad mitológica presente en China desde tiempos remotos. China es el Gran Canal, y  el país no se puede comprender sin esta monumental vía de agua.

Aunque a los lectores occidentales pueda parecerles extraño, no cabe duda que el chino es un pueblo del agua. Sus primeros mitos se forjaron en la lucha contra las inundaciones, con la descripción de las hazañas de ese Yu el Grande, el héroe que tras una vida de esfuerzos por librar al pueblo de las terribles inundaciones, descubrió que la forma de vencerlas no era elevando diques más y más altos, como habían hecho otros héroes, sino permitiendo que las aguas se derramaran por un canal. En el mito de Yu ya están presentes los dos arquetipos de la China antigua: la muralla y el canal. Y ya se anuncia con una sorprendente clarividencia que la solución a la organización política racional del país no está en la muralla que separa sino en el canal que une y comunica.

Al final de ese mito del diluvio el emperador Yu divide a China en provincias zhōu, literalmente las tierras emergidas rodeadas de agua, y visita cada una de ellas navegando sobre los ríos que ahora fluyen sin obstrucciones, imponiendo en cada una el tributo correspondiente, que al igual que muchos siglos después, será enviado sobre las aguas. El canal se convierte de esta forma en el contraste total entre ese mundo caótico en el que la tierra sufría continuas inundaciones, y ese nuevo orden civilizador que surge con Yu, y después de él con los sucesivos emperadores, en el que el agua fluye de forma correcta. Yu marca el inicio del mundo civilizado, ya que el fluir ordenado de las aguas corre paralelo al orden en la propia sociedad. Antes de que Yu abriera los canales el mundo era un caos, después, con la separación clara entre la tierra y las aguas se diseña un mundo ordenado y la sociedad que vivirá sobre él. Al igual que en el mito de Yu el Gran Canal simboliza la separación de las aguas, y un la construcción de mundo ordenado en el que los tributos se dirigen al centro, a la residencia imperial; de donde parten a su vez los decretos imperiales que regulan el mundo, y los funcionarios encargados de hacerlos cumplir. Un paralelismo con la organización saludable del propio cuerpo humano, basada según la medicina china en mantener abiertos los canales corporales para que los fluidos internos interaccionen sin obstrucción.

El primer canal de China es ese canal abierto por Yu en tiempos mitológicos para dejar fluir las aguas. Marca el nacimiento de China, de un pueblo que se desborda y se extiende siguiendo el curso de las aguas. Un nacimiento que corre paralelo al de cada individuo a través del canal uterino. Y no debe ser casualidad que el carácter para fluir, liú, mostrara en sus formas más antiguas a un niño naciendo boca abajo, ni que el propio Yu fuera en los más antiguos libros de medicina una deidad que garantizaba la fertilidad y un buen parto.

El Gran Canal es a la vez la solución a una necesidad geográfica y política, pues la superficie de China se ve definida por una serie de niveles, que como tres grandes escalones, van descendiendo desde el oeste hacia el este. El primer escalón, al oeste, está formado por la meseta de Qinghai-Tibet, con una altura promedio de 4.000 m sobre el nivel del mar, en la que nacen los grandes ríos de China: el río Amarillo y el Yangtzé. En dirección al este se encuentran una serie de mesetas, desde Mongolia en el norte a Yunnan en el sur, con una altura de entre los 1.000 y 2.000 m. El tercer escalón, con sólo unos metros de elevación sobre el nivel del mar, son las inmensas llanuras bien irrigadas del curso medio y bajo de los grandes ríos. Por otra parte las principales cordilleras chinas se encuentran en dirección oeste-este, dividiendo al país en regiones bien diferenciadas y de difícil comunicación entre ellas. Dado que las cadenas montañosas corren del oeste al este, los ríos se ven forzados a seguir la misma dirección, siendo muy difícil la comunicación entre las cuencas de cada uno de estos grandes ríos. De esta forma el territorio de China se compone de una serie de grandes cuencas fluviales, cada una con una amplia red de afluentes, completamente separadas una de otra.  La única forma de gobernar efectivamente estas tierras separadas es facilitando la comunicación, y eso es lo que consigue el Gran Canal.

Estudiando la historia antigua de China, nunca me ha quedado duda de que el impulso a su integración política corre paralelo a la construcción de sus primeros canales. Tal vez el primero de ellos sea el que se construyera por orden del rey Fuchai del Reino de Wu en el año 486 a.n.e., quien con la idea de mejorar las comunicaciones con el Reino de Qi, situado más al norte, y facilitar el transporte de mercancías y eventualmente de soldados, ordenó la construcción de un canal entre el río Yangtzé y el río Huai. Para llevar a cabo dicho proyecto sus ingenieros estudiaron detenidamente el terreno buscando la ruta que implicase menor trabajo humano, de tal forma que comunicando los ríos y lagos de la zona en solo tres años se construyó un canal que se extendía desde la ciudad de Yangzhou hasta la de Huai’an, construcción que todavía forma parte del Gran Canal.

Si bien las continuas guerras de este periodo, acertadamente llamado de los Reinos Combatientes, desincentivaron la construcción de canales, el énfasis que se puso de nuevo en su construcción por parte del reino de Qin, situado al oeste del país, le llevó a ocupar un papel hegemónico, y en última instancia, a unificar China bajo su mando. Tres son los principales canales que construyó Qin. El primero fue el sistema de irrigación de Dujiangyan en las cercanías de Chengdu, que permitió acabar con las inundaciones del río Min e irrigar 5.600 km2 de tierras fértiles. El segundo fue el Canal Zhengguo, que esparciendo las aguas del río Jing a lo largo de unas llanuras poco productivas las convirtió en un magnífico granero. La construcción de estos dos canales tuvo un impacto decisivo en el enriquecimiento del Reino Qin, permitiéndole mantener ejércitos más numerosos, y en última instancia, unificar China. Si el canal de Yu significó el nacimiento de China, los canales de Qin llevaron a su unificación. No cabe duda que si la dinastía Qin eligió como color imperial el negro, símbolo del agua, era sólo una forma de reconocer que su prosperidad había llegado con el dominio de las aguas y la construcción de estos canales.

El tercero de los canales Qin fue el Canal Linqu, construido por la armada enviada por el Primer Emperador para conquistar la ciudad de Cantón, un próspero puerto que ya en aquellos tiempos comerciaba con los países del Sudeste de Asia. Este ejército se vio detenido en la provincia de Guangxi, entonces un terreno montañoso lleno de pantanos, habitado por tribus hostiles. Para evitar que los mosquitos de las marismas, las enfermedades asociadas al calor, y los ejércitos enemigos, diezmaran sus tropas, los generales Qin utilizaron 100.000 personas para construir el Canal Linqu, que mediante un ingenioso sistema de presas, comunicaba las fuentes del río Xiang, en la cuenca del Yangtzé, con el río Li, famoso ahora por sus maravillosos paisajes kársticos, que comunicaba con el río de las Perlas y en última instancia con Cantón y el Mar del Sur de China. El canal fue renovado y ampliado en siglos posteriores, y se le añadieron esclusas para facilitar la navegación, convirtiéndose hasta la llegada del ferrocarril en el siglo XX en la pieza central de un sistema de comunicación fluvial que a lo largo de más de 2.000 km comunicaba Beijing con Hong Kong.

El propio río Amarillo, el río madre de la civilización china, solo se puede entender como la canalización del mismo. Su carácter más arcaico nos muestra a la gente trabajando sobre las aguas mientras cantaba, no cabe duda que canalizando sus orillas, pues desde tiempos remotos era conocida la tendencia del río Amarillo a desbordarse sobre su cauce.

Siempre me ha fascinado el Gran Canal, el continuo movimiento de sus aguas, y la imparable actividad que se desarrollan sobre las mismas se convirtieron desde mis primeros años en el arquetipo de China: un país con una gran población siempre atareada. Para una persona como yo, que ha pasado ya más de la mitad de su vida en China, el Gran Canal se ha convertido en el símbolo de la vida. De esa mi vida siempre en movimiento de un lado a otro, y de la vida del país que me ha acogido, con sus vaivenes políticos, históricos y económicos.

Aun recuerdo los atardeceres en Suzhou, cuando disfrutando de la brisa sobre el puente de la estación, observaba la vida tal y como se desplegaba en el enjambre de barcos que circulaba por el canal. Fascinado por el atractivo bullicio, los barcos en su incansable movimiento, las personas en su incesante actividad, ese paisaje se convirtió en la imagen de la China que me atraía y atrapaba, la de esas pinturas detallistas precursoras de la inocencia de los naifs modernos, plagadas de barcos de todo tipo, puentes asombrosos, edificios majestuosos y personajes realizando variadas actividades. Esa China exótica cuya comprensión se convertiría en el reto que marcaría mi existencia.

Este es el primer capítulo de mi libro "El Gran Canal y la China del Agua", disponible gratis en:

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