El opio en China: mito y realidad


En China el opio es el gran demonio, el causante de la decadencia nacional de la segunda mitad del siglo XIX y el siglo XX, símbolo de la dominación imperialista, y de una China débil, humillada y derrotada por otros países. El opio es a la vez el símbolo de la corrupción reinante esos años, de la debilidad, desconcierto y falta de voluntad que se atribuyen simultáneamente como características de los chinos de ese tiempo, y de su país. El opio es, como diríamos hoy, la madre de todos los males; la lucha contra el opio la cruzada victoriosa de la China de Mao, y con ella, de la humanidad como un todo.

En los últimos días han caído por mis manos un par de estudios que hacen tambalearse estas ideas, y que señalan por una parte que la realidad del consumo del opio hay que enmarcarla en los hábitos de consumo de la población china en general y de sus elites económicas e intelectuales en particular, y por otra que un consumo mayoritariamente moderado, y en general sin ningunos efectos nocivos para la salud, se fue convirtiendo gracias a la propaganda de los prohibicionistas en un vicio que mantenía en la miseria a millones de chinos, y al país como tal.

Por una parte Frank Dikötter (1) se centra en analizar el surgimiento de la prohibición, del tabú del opio. Enfocando su trabajo en “la creencia de que China fue envenenada por el opio”, una creencia pocas veces examinada a la luz de la ciencia, y que parece surgir más como un deseo por parte de los nacionalistas chinos de buscar un culpable a la decadencia de su país, y un impulso contra su consumo por parte de los misioneros occidentales, que con su gran número de obras publicadas fueron determinantes para moldear la opinión pública occidental. Como señala Dikötter ni siquiera se cuenta con evidencias médicas sobre el impacto del opio en la salud de los consumidores, y mientras la propaganda se ha centrado en esos pocos individuos que eran consumidores compulsivos, poco se ha hablado de la mayoría de los consumidores moderados, como se podrían caracterizar los millones de consumidores en Europa y el resto de Asia, ni de la realidad que tras alcanzar una cierta dosis diaria, generalmente no se aumenta. Son reveladoras las palabras del cónsul británico en Hainan: “Aunque todo el mundo lo consume… nunca te encuentras al esqueleto del adicto tan vivamente descrito en las obras filantrópicas, sino al contrario, a un campesino saludable y enérgico.”

Este autor introduce someramente el consumo del opio entre las clases dirigentes chinas, sometido a un ritual social en cierta forma semejante al del consumo del té; asegura que las casas de opio no eran esos antros degradantes mostrados en la literatura y el cine, sino lugares respetables donde se reunían los caballeros y se consumían moderadas cantidades de opio mientras se bebía té, y se comían algunas frutas y aperitivos, mostrándonos que fumar opio era un ritual social bastante complejo que no tenía consecuencias negativas para la salud o la esperanza de vida de la mayoría de sus consumidores.
Por otra parte, entre las clases populares, el consumo de opio era debido fundamentalmente a sus propiedades terapéuticas, siendo especialmente indicado para reducir los dolores, bajar la fiebre, detener la diarrea y suprimir la tos.

Para Dikötter la demonización del opio y sus consumidores, debe ser relacionada con el surgimiento de la profesión médica en Europa y Estados Unidos, donde las recientemente creadas asociaciones médicas buscaron ganar autoridad moral y poder legal transformando el opio de un remedio popular en una sustancia peligros que debía ser controlada.  Por otra parte, la “guerra contra las drogas” permitió a los líderes políticos de China inventar un enemigo ficticio en la lucha contra el cual podían ser canalizadas las inquietudes sociales. “El opio representaba a la vez el enemigo interior - los moralmente depravados y físicamente débiles adictos- y el enemigo exterior - poderes extranjeros coaligados para esclavizar el país.”

La imposición del nuevo paradigma promovido por médicos y políticos fue posible en los años 40 del siglo XX por la aparición de la penicilina, que trató con éxito enfermedades anteriormente tratadas con opiáceos, y el distanciamiento por parte de las clases medias del opio, convertido ya en una substancia de supervivencia para algunos de los más pobres.

Por su parte Zheng Yangwen (2) realiza un estudio mucho más exhaustivo del consumo del opio en China, que caracteriza por una serie de fases que grosso modo van desde un uso medicinal conocido al menos desde la Dinastía Tang, al inicio del uso recreacional en la dinastía Ming, generalmente asociado a las actividades sexuales pues era considerado capaz de inducir los deseos sexuales, intensificar las relaciones y ayudar desarrollándose elaborados rituales que acompañaban su consumo, fue pasando con la accesibilidad del producto (debido a las importaciones de opio de Bengala pero también al cultivo en China) a convertirse en parte de las interacciones sociales de la clase media, e incluso en un alivio al hambre y a los esfuerzos físicos que constituían la experiencia cotidiana de los trabajadores chinos. Como señala Zheng: “Cuando los ricos lo fumaban era un símbolo de estatus y de ser cultivado; cuando los pobres empezaron a fumarlo empezó a ser considerado degradante e incluso criminal.”

A lo largo de su libro Zheng va desarrollando con todo lujo de detalles las distintas fases de esa relación del opio con la cultura china, contextualizándolas en la política interna, las relaciones internacionales, y la propia visión que del opio tenían las clases dirigentes de la sociedad china; la integración del opio en los hábitos de consumo, facilitada por la reciente integración del tabaco originado en América como hierba que se fuma; y la extensión del mismo que sigue un patrón descendente común a otros productos utilizados en un principios exclusivamente por las clases superiores. En el relato de Zheng el opio se convierte en un artículo de consumo, con ciertos peligros, conocidos para la mayoría de sus consumidores que los evitaban sin dificultad, que puede ser comparado favorablemente con otras sustancias, como el alcohol, como nos muestra en el testimonio del inglés William Lockhart: “Yo creo que el borracho es una persona que se convierte a sí mismo en una molestia mayor para la sociedad que el fumador de opio… aunque el opio sea dañino individualmente para los individuos. Alcohol es un mal social mucho mayor… como males sociales no se puede comparar entre los dos, el que toma alcohol en exceso es una molestia para la sociedad, el que fuma opio en exceso se refugia en su tranquilidad en el momento que tiene su pipa.”

Zheng proporciona también algunos datos que nos pueden ayudar a entender hasta qué punto el opio se convirtió en un mito, en un chivo expiatorio de los males de China, y a la vez en un aviso de a lo que podía conducir la degradación moral de un país consumido por las drogas. A lo largo del libro de Zheng esa caracterización de China como el “Paciente Cero” en la lucha contra las drogas toma sentido. 
Las estadísticas respecto a su consumo señalan asimismo que los consumidores regulares de opio nunca llegaron a constituir un porcentaje importante de la población. Pues si en 1879 el estudio encargado por Robert Hart concluía que la población de fumadores de opio solo era de un 0,3 %, o sea un millón de fumadores más o menos para una población de entre 300 y 400 millones de personas; las cifras ofrecidas por Xue Fucheng en 1891 y por Wang Hongbin in 1997 hablan de una población de fumadores cercaba a los 4 millones de personas, que apenas alcanzaría al 1% de la población. Un nuevo estudio llevado a cabo en 1935 señalaba que 3.730.399 personas de una población total de 479.084.651 consumían opio o sus modernos equivalentes, asegurando que “no sólo las casas de té y los restaurantes proporcionaban opio,  sino que los destinos turísticos y los parques públicos estaban equipados también con lugares para fumar, en caso de que uno sintiera el deseo de dar unas bocanadas mientras paseaba a la orilla del río o estaba relajado en el parque.” Malamente se puede considerar seriamente al opio responsable de los males de China cuando apenas era consumido por un 1% de su población, y en la mayoría de los casos sin ejercer un efecto nocivo sobre su salud. No cabe duda que las derrotas militares, como la de la famosa campaña contra la minoría Yao en las montañas de la provincia de Guangdong en las que se atribuye al opio la falta de interés de los soldados, sólo buscan echar una cortina de humo sobre la incapacidad de los mandos, la falta de motivación de la tropa, las divergencias entre los intereses de las élites y los de la población y la creciente desafección de la población a una dinastía extranjera y corrupta.

Tal vez sea más fácil entender la relativa seguridad del opio, lo que permitiría entender que hubiera posiblemente muchos millones de fumadores ocasionales, y su relativa inocuidad, conociendo los testimonios proporcionados en la obra de Zheng relativos a la adicción al opio. “Ernest T. Holwill de las Aduanas de Kiukiang considera que el tiempo necesario para convertirse en un adicto está entre los seis y los doce meses. Jas Mackey de las Aduanas de Wenchow, sin embargo, considera que hacen falta ‘seis o siete’ años. El doctor Kerr del hospital de Cantón de la Sociedad Médica Misionera señala que ‘la propensión al opio llega antes y más profundamente arraigada en unos sistemas que en otros· y concluye que ‘si un hombre fuma ocho mace de opio al día, encontrará en cualquier caso al final de diez años muy difícil, si no imposible, abandonar ese hábito’” (Zheng 2005: 158).

Otros autores señalan que cuando el fumador es de constitución robusta, resistirá los efectos de la droga, de forma natural, por mucho más tiempo que si es débil y enfermizo, pero mis informantes han enfatizado la importancia de la regularidad o no con la que se disfruta de este hábito. Si siempre se hace en el mismo tiempo, el iniciado se convertirá en un fumador habitual en unos tres o cuatro meses: pero si, por otra parte, fuma diariamente, pero a horas diferentes, puede fumar durante años, y podrá abandonar el hábito sin grandes esfuerzos ni inconvenientes. ¡Qué más quisieran los consumidores de tabaco contar con esa facilidad para abandonarlo! (Zheng 2005: 158). Este testimonio nos indica también, como lo hacen las numerosas descripciones que nos muestran como el opio era utilizado para mitigar la sensación de hambre o de cansancio, que entre muchos fumadores, su decadencia física no estaba relacionada con el opio, sino con sus propias enfermedades, hambre o sobre esfuerzo, siendo su consumo de opio, bien al contrario, un paliativo para sus sufrimientos.

Zheng nos insiste (p159): “él fumaba una vez por semana inhalando dos o tres pipas cada vez, más o menos un tercio de mace. Este era el consume medio para millones de personas, que no siempre tenían el tiempo o el dinero para fumar cada día.”. Que los chinos, tras un pequeño shock inicial, posiblemente muy pequeño, conocían cada vez mejor los efectos negativos del opio, queda demostrado en que el consumo se había moderado en los centros urbanos que habían tenido un acceso al opio más temprano.

El propio Herbert Giles, traductor de algunas de las más importantes obras clásicas de China, y gran conocedor de este país afirmaba: ‘Creemos firmemente que un uso moderado de la droga no tiene ningún resultado peligroso, y la moderación en todo tipo de comida, bebida y fumada es tan común en China como en Inglaterra o cualquier otro lugar” (Zheng 2005: 179).

Frente a todos estos conocedores de la realidad china los misioneros imaginaban lo que el opio haría a sus fumadores y creían que cada persona que fumaba opio se convertía en un adicto. Ellos representaban de forma falsa la realidad del consumo de opio enfocándolo en los peores escenarios y las secciones ás pobres de la población. Sus escritos, sin embargo, inspiraron a cruzados, políticos y despistaron a los historiadores, pues el hecho era que muchos, ricos y pobres, disfrutaron del opio sin convertirse en adictos.  (Zheng 2005: 97). Desgraciadamente su opinión fue la que definió las políticas que se aplicaron finalmente en China, por esos comunistas que en principio mantenían ideas tan opuestas a las suyas. Determinante en esa adopción por parte de los nacionalistas chinos de las ideas promovidas por los misioneros fueron algunos de los intelectuales chinos de fines del siglo XIX, y especialmente Sun Yatsen, que no olvidemos era médico, y había estudiado con los misioneros. Sun declaró que el opio “ha destruido todo este país y el país no puede sobrevivir sin su exterminación’. Sun inspiró a generaciones de patriotas, y la lucha contra el opio se convirtió en la lucha por la nueva China (Zheng 2005: 98).

Creo que las reflexiones de estos dos autores, y los datos que se presentan en sus obras, pueden convertirse en un nuevo marco en el que encuadrar las relaciones de China (y Occidente) con el opio, las políticas prohibicionistas en boga en la mayoría de los países, la capacidad de las elites de demonizar los placeres sagrados cuando éstos empiezan a ser disfrutados también por las clases populares, y sobre todo la facilidad con la que la historia se reescribe continuamente y hechos aparentemente probados se convierten en dogmas indiscutibles capaces muchas veces de definir cómo son las vidas en el presente.

(1) Dikötter, Frank. 'Patient Zero': China and the Myth of the 'Opium Plague'. Inaugural Lecture School of Oriental and African Studies, University of London. Friday, 24 October 2003
(2)  Zheng Yangwen. The Social Life of Opium in China. Cambridge University Press. 2005.

 



 

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